Estudios recientes identifican el gas radón como la primera causa de cáncer de pulmón entre los no fumadores. Existe acuerdo científico sobre el riesgo para la salud de las personas que supone la exposición a altas concentraciones de gas radón durante grandes períodos de tiempo.
Este gas, no perceptible sin equipos de medición especial, es incoloro e inodoro y se origina de forma natural en el subsuelo, siendo el responsable de gran parte de la radiación que recibimos a lo largo de nuestra vida.
En 2005, la OMS publicó un manual centrado en la exposición residencial al radón y su impacto desde una perspectiva de salud pública.
En 2013 la Unión Europea establece las normas de seguridad básicas para la protección contra los peligros derivados de la exposición a radiaciones ionizantes. Entre otros, fija niveles nacionales de referencia para las concentraciones de radón en recintos cerrados, así como la adopción de medidas adecuadas para limitar la intrusión del gas radón en los edificios.
En España se ha articulado la última modificación del Código Técnico de Edificación (CTE), en la que se aborda la cuestión del gas radón, tanto en la construcción de nuevos edificios (prevención), como en los edificios existentes (mitigación o corrección), mediante la exigencia de medidas de protección frente a la potencial exposición al gas radón. Para ello, incorpora una nueva sección en el documento básico de salubridad (protección frente a la exposición al radón) y fijando un nivel máximo de referencia.
El radón es un gas noble que se genera en la cadena de desintegración radiactiva del radio que, a su vez, procede del uranio. Estos dos elementos están presentes en la corteza terrestre de forma natural y en concentraciones variables, dependiendo de la composición de rocas y suelos, del origen de los sedimentos y de la existencia y situación de los acuíferos. Adicionalmente, el radón en su proceso de desintegración también genera partículas radioactivas.
Al tratarse de un gas, puede moverse por la corteza terrestre e incluso diluirse en agua. Los vapores generados se movilizan hacia la superficie alcanzando el ambiente exterior y diluyéndose rápidamente en el aire mientas que, si se movilizan hacia un espacio cerrado y poco ventilado como puede ser el interior de un edificio, tiende a acumularse y puede convertirse en un problema. En el interior de los edificios, el radón puede ser inhalado por las personas y, de esta forma, dañar estructuras celulares e, incluso, generar cáncer.
El radón proviene del terreno; la tipología u origen de éste determinará la presencia de compuestos que generen dicho gas. Los terrenos con alto contenido en uranio, como son los procedentes de rocas ígneas (granito) y metamórficas (pizarras y esquistos), pero también los sedimentos provenientes de las mismas u acuíferos asociados a esta tipología de rocas/terrenos, producen una gran cantidad de radón. Independientemente de que la roca tenga más o menos presencia de radón o sus compuestos precursores, la emanación de radón está condicionada por la fracturación o permeabilidad de la roca/terreno. Es más elevada en rocas muy fracturadas que en rocas compactas, o en suelos porosos (arenas y gravas) que en suelos menos permeables (arcillas).
Con la finalidad de identificar y regular zonas con potencial influencia de dicho gas, el Ministerio de Fomento ha elaborado un mapa de zonificación donde se clasifican los municipios en función de la potencial presencia de radón. Los municipios de zona I presentan valores comprendidos entre una y dos veces el nivel de referencia y los municipios de zona II presentan valores superiores a 2 veces el nivel de referencia (ver mapa adjunto).
Así, el territorio nacional queda zonificado en tres clasificaciones en función de la potencial influencia del radón por la concentración de sus elementos precursores.
Las aguas subterráneas en contacto con rocas o sedimentos con presencia de estos compuestos pueden albergar una concentración de radón disuelto. En este caso, su consumo directamente desde manantiales o pozos, sin una adecuada aireación, podría provocar una liberación del gas radón contenido en el agua. Dado que el radón se disipa rápidamente en contacto con el aire, si se utilizan aguas superficiales para el consumo este riesgo es mínimo o despreciable.
Finalmente, se ha detectado cierta presencia de compuestos precursores en materiales de construcción dado el origen de los mismos (arcilla, arena etc…), por lo que estos podrían llegar a contribuir, en cierto modo, en el aumento de la concentración media de radón en el interior de edificios.
El radón presente en el subsuelo puede penetrar en el interior de los edificios a través de grietas y juntas de los cerramientos del edificio en contacto con el terreno (muros de sótano, soleras, etc.), e incluso a través de los poros en los materiales de construcción del edificio.
Dado que el radón procede del subsuelo, las mayores concentraciones en un edificio se localizarán en las plantas inferiores, como son los sótanos y las plantas bajas. La densidad del gas es, además, superior a la del aire, por lo que una vez haya alcanzado el interior de los edificios se quedará acumulado en las plantas bajas.
El radón acumulado en estas zonas entra en contacto con las personas a través de su inhalación, llegando a los pulmones. Este es el principal problema que se ha identificado y por el cual la comunidad científica y sanitaria están en alerta.
Encontrar medidas de control y de minimización del impacto que el radón pueda generar a nivel de salud es el principal reto que se nos plantea.
¿Qué implica el nuevo marco normativo?
La última modificación del Código Técnico de Edificación (CTE) ha incorporado considerar medidas de mitigación/eliminación en zonas potencialmente afectadas por la presencia de radón. Los proyectos afectados son aquellos de nueva construcción, cambios de usos de edificios o en habitabilidad de locales, rehabilitaciones, ampliaciones, etc. en los Términos Municipales ubicados en las zonas 1 y 2.
Una primera aproximación para la evaluación de la presencia de gas radón en edificios, independientemente de si se encuentra o no en área de influencia y plantear, en su caso, medidas para impedir la afección a la salud de las personas, puede ser la planificación de campañas de detección e identificación mediante el muestreo de gases y su análisis en laboratorio.
Existen diferentes técnicas para la determinación de la presencia del gas radón, pudiéndose utilizar detectores con medición puntual, si se quiere realizar un rápido diagnóstico que permita identificar los puntos de entrada de radón, o detectores de mediciones constantes, que se utilizan para obtener valores promedio de intrusión anual. Para este último caso, existen detectores con medición integrada y medidores con medición en continuo.
Tal y como se ha reflejado anteriormente, la llegada de radón a las personas en el interior de edificios depende de su concentración en el subsuelo, así como de otros factores relacionados con la situación del terreno, las características constructivas del edificio, la climatología y el comportamiento de los usuarios.
Factores como la humedad, la presión atmosférica, la temperatura o la época del año influyen en la presencia y concentración del radón puesto que modifican los parámetros que determinan la intrusión de vapores.
El diagnóstico asociado debe contemplar, en la medida de lo posible, los factores que podrían estar influenciando tanto la potencial presencia del gas, como las vías de contacto con los receptores (las personas). Se plantea, por tanto, la necesidad de planificar campañas adecuadas de diagnóstico y control.
Una vez identificado si nos encontramos en zonas de influencia del gas o diagnosticado su presencia mediante las correspondientes campañas de medición, es necesario plantear medidas adecuadas para mitigar la intrusión del gas radón y minimizar su influencia sobre las personas.
Se plantean distintas soluciones para mitigar la intrusión del gas radón en el interior de edificios existentes, así como la adopción de medidas preventivas en edificios de nueva construcción que impidan o minimicen la potencial intrusión del gas.
El grado de intervención y/o las medidas preventivas a aplicar dependerá del grado de afección en el área de estudio, exigiéndose distintas medidas según la normativa, en función de la clasificación del municipio.
Es por ello que es necesario evaluar cada escenario concreto, planteando campañas de medición, control y diagnóstico adecuadas y, en función de los resultados y de la aplicación de la normativa a cada caso, plantear las medidas idóneas de control y/o mitigación.
Como ejemplo de medidas para impedir o mitigar la intrusión de vapores, se pueden citar:
Barreras de protección (A) de baja/nula permeabilidadentre el terreno y los edificios, que limite el paso de los gases provenientes del subsuelo. La barrera podrá ser de tipo lámina o de otro cuya efectividad sea contrastada. La característica principal de la barrera es su coeficiente de difusión del radón que tendrá que ser lo suficientemente bajo para que, teniendo en cuenta su espesor, limite la exhalación de radón desde el terreno al interior de los locales/edificios.
Cámara de aire (B) entre el terreno y los locales habitables del edificio, destinada a mitigar la entrada del gas. La cámara de aire deberá estar ventilada y separada de los locales habitables mediante un cerramiento sin grietas, fisuras o discontinuidades entre los elementos y sistemas constructivos que pudieran permitir el paso del radón.
En aquellos casos donde la protección deba ser mayor, puede colocarse una barrera de protección adicional a un sistema de mitigación de vapores, tal como:
Espacio de contención ventilado (B) situado entre el terreno y los locales a proteger, para mitigar la entrada de radón proveniente del terreno a los locales habitables mediante ventilación natural o mecánica.
Sistema de despresurización del terreno (C) que permita extraer los gases contenidos en el terreno bajo el edificio, evitando que los mismos se acumulen en la base del mismo y acaben penetrando por grietas o poros al interior de los locales.
Aumentar las tasas de ventilación, mediante un sistema de extracción forzada y renovación de aire en las zonas vulnerables (E).
Para la mitigación en edificios ya construidos se puede plantear el sellado de las fisuras (D), grietas, encuentros y juntas, así como una mejora de la ventilación de los locales habitables (E).
En este caso, un estudio previo de la presencia de gas radón, mediante detectores con método de medición puntual es fundamental para realizar un rápido diagnóstico e identificar los puntos de entrada de radón: grietas, huecos o discontinuidades en los cerramientos en contacto con el terreno que se hayan identificado previamente en la inspección visual del edificio.
En cualquier caso, la aplicación de estos sistemas requiere un cierto grado de especialización en su instalación, puesto que la garantía de su eficacia depende no solo de la elección de un sistema adecuado sino también de una cuidadosa ejecución.
Abordar la problemática expuesta supone un reto para la investigación, la industria y la consultoría medioambiental, y subraya la necesidad de continuar trabajando e investigando en una misma dirección para salvaguardar la salud de nuestra sociedad, así como para exigirnos cambios en la regulación medioambiental que permitan abordar los nuevos paradigmas planteados.
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